La integración entre el ser humano y las máquinas continúa
dando sus frutos. El último, dos personas que, tras años paralizadas, han
conseguido beber por primera vez sin ayuda gracias a un brazo artificial que han
movido con el cerebro. Este último avance lo publica la revista Nature.
Los
beneficiarios han sido una mujer de 58 años, paralizada por un ictus cerebral
en 1996, y un hombre de 66, en la misma condición desde 2006. Ambos tuvieron
que pasar un duro proceso de entrenamiento, hasta que aprendieron a pensar de
manera que el dispositivo implantado entendiera las órdenes y fuera capaz de
traducirlas.
El implante
consiste en un sensor del tamaño de una pequeña pastilla que se inserta en el
cortex motor del cerebro del voluntario, la zona que controla los movimientos.
Este receptor contiene un centenar de diminutos electrodos del tamaño de un
capilar, que captan las señales eléctricas que produce el cerebro. Esta
información se traslada hasta un receptor donde un programa lo traduce en
órdenes para controlar un brazo artificial.
El
proceso de aprendizaje, junto con su precio, es el que hace que el sistema sea,
de momento, poco aplicable de una manera generalizada. Cada uno de los
voluntarios necesitó de meses de entrenamiento acompañado por un experto que
ayudó a calibrar el aparato.
Otra limitación, en personas con infarto cerebral como las
que han participado en el ensayo, es que la parte del cortex a la que se
conectan los electrodos tiene que estar sana y ser capaz de procesar los
pensamientos de los voluntarios, ya que, si no, no habrá emisión de señales que
el aparto sea capaz de traducir. En otros casos, como lesionados medulares,
puede ser más fácil, ya que su inmovilidad no está causada por el cerebro.
Imagen de la ayuda del brazo robótico |
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