03 agosto 2011

Una joven de 24 años con esclerosis múltiple corona el Kilimanjaro

La aventura se inició hace ahora un año cuando esta licenciada en Psicología, que colabora con la Federación Española para la Lucha contra la Esclerosis Múltiple, conoció en un congreso en Alemania a Lori Schneider, de 56 años, fundadora de Empowerment Through Adventure y afectada también por esta enfermedad. Esta mujer ha conquistado en los últimos años los picos más altos de varios continentes. “Su experiencia me atrapó. Ella programa aventuras para superar enfermedades, sin importar los obstáculos”, afirma Inés.
La joven regresó a Barcelona e hizo saber a su familia que había tomado una decisión: iba a subir al pico más alto de África. “En un primer momento se quedaron alucinados, pero como me conocen bien y saben que cuando decido algo es porque lo tengo muy claro, enseguida estuvieron conmigo y, al final, su apoyo ha sido total”, revela Inés. Esta vecina de Barcelona tenía por delante todo un año para entrenarse. Su experiencia, como escaladora del Tibidabo y contadas escapadas a la nieve, le servía de muy poco. “Así que empecé a caminar y a correr, al mismo tiempo que seguía una tabla de entrenamiento en un gimnasio”, añade Inés. Después llegaron las primeras salidas a la montaña. “Subí al Pedraforca, el Puig Pedrós y también a la montaña de Montserrat”. Esas salidas permitieron a la iniciada montañera tomar contacto con parajes por encima de los 2.000 metros. Tras once meses de preparación sin descanso –Inés compaginó los entrenamientos con los estudios de un máster en Psicología Clínica y Psicoterapia– llegó la hora de la verdad. La joven partió de Barcelona el pasado 10 de julio, rumbo a Amsterdam. Allí se reunió con el resto de la expedición, capitaneada por Lori y formada por un total de catorce personas, diez con esclerosis múltiple y cuatro con parkinson. Cada uno de los afectados tenía asignado un acompañante e Inés era la única europea. El resto de los expedicionarios –la mayor tiene 68 años– son de Estados Unidos. El grupo partió hacia África y el 18 de julio conquistaron el Kilimanjaro. “Fueron cinco días de ascensión y los dos últimos se hicieron muy duros”, recuerda Inés. “En esos momentos todo se colapsa, los síntomas se multiplican por cuatro y no sabes si eso te pasa por la enfermedad o bien es algo provocado por la actividad que estás realizando”, añade. Y ahí es donde la mente de Inés y el resto de las personas afectadas por esclerosis y parkinson que la acompañaban tuvo, para la consecución del empeño, un papel determinante. “Hubo un momento en el que pensé en abandonar. Desde el principio tenía muy claro que si las cosas llegaban al extremo desistiría. Yo no tenía que demostrarme nada a mí misma. Otra cosa es el mensaje colectivo que se pretende difundir con este tipo de aventuras”, sigue contando Inés. En los últimos metros, la fuerza de la mente se impuso a la debilidad del cuerpo. Inés no olvidará jamás el momento en el que conquistó la cima. Ni tampoco la alegría que sintió por el hecho de que otras personas, en su misma situación, pudiesen disfrutar también de ese momento. Por el camino se quedaron siete expedicionarios. Aunque hubo más abandonos entre los acompañantes (cuatro) que entre los afectados (tres).
Inés confiesa que tras esta aventura ha perdido muchos miedos. “Lo peor de esta enfermedad es que no puedes hacer planes, ya que nunca sabes cómo te vas a encontrar al día siguiente. Hay muchas personas que tienen que superar cada día, en su rutina habitual, varios Kilimanjaros”, asegura la joven. “Cuando el médico te dice que tienes la enfermedad, tú ya no puedes cambiar el diagnóstico. Pero sí podemos decidir qué hacemos con nuestra vida: continuamos hacia delante o nos quedamos quietos”, añade Inés. Queda claro que ella y sus compañeros han optado por la primera opción. “Y ahora sabemos –concluye Inés– que hay fuerzas escondidas mucho más allá de nuestros propios límites”.

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